Se presentó, en el marco de las jornadas Regionales de adolescencia, el libro: Inclusión social y adolescencia. Compartimos con ustedes el prologo del libro.
A modo de prologo
“toda mi vida me he privado de las cosas que no me gustan”
Enrique –Mono – Villegas (músico)
“El grave problema es querer realizar políticas igualitarias en contextos de desigualdad social”.
Blas de Santos (psicoanalista)
La adolescencia como noción es relativamente nueva, digamos que en el siglo XX existen una serie de discursos que hablan de la adolescencia y la ubican en la perspectiva que hoy la conocemos. Así las cosas, el discurso religioso, la academia, la biología, el psicoanálisis y las ciencias sociales; desarrollan distintos postulados que determinan posiciones teóricas que tienen consecuencias en la vida cotidiana.
Bonder sostiene que las investigaciones sobre la juventud esconden una serie de cuestiones de poder y dispositivos de control. Conforman una especie de piso, de sentido común que ayudan a constituir el imaginario social de la época.
Por ejemplo se habla de la adolescencia (1) desde cierta mirada positivista para señalar cambios biológicos. La mirada muchas veces es evolucionista y patologizante. Ana Freud, desde cierto psicoanálisis, resalta en sus investigaciones la importancia de ejercer control sobre los impulsos sexuales en el adolescente, especialmente la masturbación, para establecer el orden y la autodisciplina como claves para una vida adulta provechosa.
Como vemos aquí el adolescente es un adulto no desarrollado. Un engendro que no hace bien las cosas y que pronto, si lo ayuda un profesional podrá curarse.
En lo social fue Erickson quien en 1951 planteo que la juventud es una edad clave para la integración social. De ahí que marcaba una fuerte impronta social y moralizante en el mundo de relación. Esta suerte de etapa de aprendizaje ponía en mano de maestros o tutores ciertos preceptos para que la construcción de la identidad de los jóvenes sea sana y socialmente definida. De aquí a la noción de “desvío juvenil” existe un solo paso, concepto que vuelve a poner al joven en la línea de la irresponsabilidad. No ya como producto de deficiencias biológicas o psíquicas sino en relación al contexto social. Es por eso que se utilizaban (se utilizan) muchas prácticas re-adaptativa para guiar a los púberes al camino correcto.
También existen estudios demográficos que piensan a los jóvenes como un número y no diferencian cuestiones de contexto. No es lo mismo jóvenes migrantes que los de clase media, etc. Las afirmaciones así solo dirán una generalidad para un país pero nunca podrán mostrar lo subjetivo del adolescente. Miles de tribus urbanas (punk, skinheads, rockeros, flogger, etc.) le plantean, en acto, una contradicción a dichas conclusiones generalizadoras. Esta homogenización de lo que supuestamente piensan los jóvenes es una marca de muchos trabajos que suponen que se podría clasificar y establecer tendencias de ciertos problemas etáreos.
Hablamos de ciertos discursos desvalorizadotes pero a la vez, podemos afirmar que existen otras investigaciones que ubican a los jóvenes como agentes de cambio. Un galardón que se ganaron simplemente por ser el futuro del país. Es decir, que para bien o para mal, se les supone un lugar desde la vida adulta sin escuchar lo que dicen verdaderamente.
Se invisibilizan algunos problemas y también existe una cuestión mayor: se los compara con lo adulto. A ese fenómeno lo llamamos: adultocentrismo. Lo adulto como modelo a seguir, como un lugar ideal a alcanzar.
Los trabajos que presentamos en este libro, tienen que ver con prácticas en relación a los adolescentes. Son intervenciones de colectivos profesionales que realizan su práctica en distintos espacios de salud y tienen en común un campo, no un objeto. Hablan de los adolescentes pero, a mí entender, señalan un modo de entender la salud. Desde allí es que podemos afirmar que un acto de salud es promover ciudadanía. Por lo general son dispositivos inclusivos que permiten abrir una puerta allí donde solo existía una pared. La accesibilidad de los jóvenes a sus propios derechos es un paso de baile que avanza y retrocede; un movimiento paradojal que los transforma en sujetos de derecho y muchas veces también los deja afuera de la historia.
En un antiguo texto de Freud (2) se plantean una serie de cuestiones en relación a la exogamia y la vida en relación del adolescente. Luego habla que el colegial además de muchas cosas, también tiene derecho a detenerse. Diría Enrique Millán: de hacer huevo. No estamos haciendo un elogio aquí al boludeo, ni rindiendo culto a la nada adolescente; sino que lo señalamos como casi lo enuncia Freud: como un derecho humano. Correrse de los ideales que le presenta la sociedad puede ser interesante a la hora de que el adolescente se pueda incluir. Salirse de toda la ideología de la alimentación, del divertimento, del éxito deportivo, de la eficiencia escolar, de lo que hay que hacer; ubica al adolescente en un lugar subversivo. Es como decir: ¿Quién dijo que los parques de diversiones son divertidos? Su detenimiento, inaugura un entredicho con el Otro y también una cuenta que parece carecer de sentido pero que sin embargo es útil para lo que Lacan llama: la construcción del fantasma. Adolecer entonces, puede ser que hable de una falta y también de un trabajo sobre esa falta. Una crisis que puede permitir un devenir; no un crecimiento, sino la posibilidad de una inclusión.
(1) En este libro se ubican como sinónimo las dos palabras: juventud y adolescencia. Cabe destacar que la primera es más usada por las ciencias sociales para marcar determinadas cuestiones político/económicas. Sobre los adolescentes habla el psicoanálisis y cierto discurso médico, para señalar crecimiento y crisis vital.
(2) Freud – sobre la psicología del colegial.